“Seis días antes de la solemnidad de la Pascua, cuando el Señor subía a la ciudad de Jerusalén, los niños, con ramos de palmas, salieron a su encuentro, y con júbilo proclamaban:
¡Hosanna en el cielo! ¡Bendito tú que vienes y nos traes la misericordia de Dios!”
Este año Jesús entra en una ciudad desierta. No es que no haya nadie, es que la amenaza del virus ha confinado a todos en sus casas. Por prudencia, por precaución, porque amamos a los demás como a nosotros mismos y no queremos provocar que les pase nada malo. No hay palmas en las calles, no hay griterío de niños jugando alrededor, no hay mayores sentados al sol sonriendo y saludando a la muchedumbre.
Sólo silencio. Como un anticipo del silencio del Gólgota, como un adelanto de los tres días en que la tumba estuvo cerrada. Sin embargo, hay una esperanza de gloria que viene del Tabor, una brisa que baja desde la montaña de Elías y nos fortalece en la espera de la Pascua.
Mientras tanto, cuidémonos y cuidemos de nuestros semejantes. Especialmente de los más necesitados y débiles de entre ellos, ya que son con los que ceba el mal cuando intenta enseñorearse de nuestras
vidas.
Rafael Benítez.
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