Lunes Santo: Confesión de humildad

SEMANA SANTA

En la liturgia de este primer día de la Semana Santa, escuchamos como oración colecta: “CONCÉDENOS, Dios todopoderoso, que, quienes desfallecemos a causa de nuestra debilidad, encontremos aliento en la pasión de tu Hijo unigénito.” No es una oración especial por las circunstancias que vivimos, sino la oración que cada lunes santo se hace. Porque no es que hoy, amenazados por la pandemia, seamos más débiles que ayer. Siempre lo fuimos, como dice el salmista “Él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro. Los días del hombre duran lo que la hierba, florecen como flor del campo, que el viento la roza, y ya no existe, su terreno no volverá a verla.” (Sal 103)

El creyente se sitúa delante de Dios desde el reconocimiento de su debilidad e indigencia, no acude con exigencias desde la soberbia, sino que ora íntimamente desde la humildad y la propia fragilidad. Quizá las circunstancias del tiempo presente nos sirvan para recuperar la actitud correcta ante el Creador y Padre de todos nosotros. El salmo 130 lo resume perfectamente. “Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi capacidad; sino que acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre. Espere Israel en el Señor ahora y por siempre.” La Iglesia subtituló este salmo en la Biblia con una frase descriptiva “confesión de humildad”.

Rafael Benítez, párroco de Trigueros.

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