
Por Rafael Benítez Arroyo
Párroco de Trigueros
Ayer se hizo de noche en Getsemaní. Tras aquella memorable cena intentaron refugiarse entre olivos, pero no fue suficiente. Tenía que suceder, el mal, el sufrimiento, la muerte son inevitables. Nos pasamos la vida intentando darle esquinazo, pero tarde o temprano llegan como un huracán inesperado y lo destrozan todo. Es el momento de la prueba, mientras todo iba bien caminábamos confiados y a eso le llamábamos tener fe. Ahora esa fe es puesta a prueba, el mal la pone a prueba. Y Jesús triunfa dónde, habitualmente, tú y yo fracasaríamos. Es una indescriptible confianza en el Padre lo que permite permanecer, “endurecer el rostro como pedernal”, ante las olas furiosas del mal.
Se ha hecho de noche y la oscuridad es el momento de la maldad. No volverá a amanecer hasta el domingo. Mientras, todos nuestros miedos, todas nuestras incertidumbres, caen sobre nosotros como una pesada losa. Los avispados para el mal aprovechan el momento y gritan, como siempre, “dónde está su Dios, si tanto lo quiere que lo libre ahora”. Pero no saben, no conocen, no entienden y, así, no encuentran el camino de la salvación. Se revuelcan en su miseria, ciegos, guías de ciegos, los llamó el maestro. Peor aún, ciegos empeñados en cegar a todos para no se vean sus obras, consecuencia de la oscuridad que anida en sus corazones.
Durante todo ese festival de oscuridad y muerte Jesús está ahí, imperturbable, con el corazón anclado en el Padre, sabiendo que su fe no quedará defraudada. ¿Qué es más fuerte en ti ahora? ¿La fe, la esperanza? Verás amanecer y ese amanecer se volverá eterno. No más tiniebla, no más muerte, sólo vida y Vida en abundancia.
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